miércoles, 16 de mayo de 2012

Cóctel diario

Días de colores:
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Cada día es una nueva oportunidad que la vida ofrece para ser o intentar ser feliz.
Se van los días en lo cotidiano, en el trabajo, o lo falta del mismo.
En mínimos detalles que apenas tienen importancia: qué me pongo, ésto pega con aquello, vaya pelos llevo hoy... En fín.
Sólo cuando alguna tragedia ocurre los seres humanos abrimos los ojos y despertamos del letargo de la monotonía. Nos preocupamos por el dinero, la vivienda, el trabajo sin pensar un minuto que nadie tiene la vida comprada.

Por eso, la vida me ha enseñado a reír, a cantar para calmar el dolor, a preocuparme por mi familia y mis verdaderos amigos. Una llamada a aquellos que hace tiempo que no ves y añoras. Los años me han enseñado a compartir los buenos momentos con los que realmente más quieres, porque quizás mañana sea tarde para decir cuánto te importan y lo mucho que los quieres. Ellos saben quienes son, y si no lo saben es el momento de decirles que son  parte imprescindible en mi vida.

Días luminosos, lluviosos, calurosos, fríos, y con niebla, todos hemos vivido muchos de estos días, aprovechémoslos de ahora en adelante con los demás. Con aquellos que te hacen reír, con aquellos que te dicen las cosas claras, con aquellos que lloran contigo cuando tú lloras, con aquellos que en la distancia o en la cercanía siempre están ahí, de una forma u otra. De éstos hay pocos, pero muy buenos.

Hace años compartí mi tiempo libre con chicos disminuidos físicamente y con síndrome de down, qué experiencia más enriquecedora. Cómo reían, cómo saboreaban la vida, sus ojos brillaban de alegría a pesar de sus limitaciones físicas y psíquicas. Unos, en silla de ruedas sin poder hablar, sólo sus ojitos decían sí o no cuando los abrían o los cerraban. Otros, te abrazaban tan fuerte que apenas respirabas.
Aquellas que me enseñaron a bailar porque yo no tenía ritmo como ellas.
Fuí monitora en Asprona, durante año y medio en este voluntariado social. Allí aprendí que a veces la gente que realmente tiene problemas graves de movilidad, de aprendizaje, de valerse por sí misma son los que más te enseñan a enfocar la vida con optimismo y vitalidad.

Ellos me enseñaron que sus vidas por muy limitadas que estén están llenas de cariño, de afecto, de sonrisas y buen humor. Muchos no pudieron acabar la Marcha de Asprona porque se cansaban, los que iban en sillas de ruedas te empujaban a ti para llevarles más lejos. Cada cántico, cada risa, cada kilómetro era su aventura pero también la de los monitores, es decir, la nuestra. Qué listos son, como miran al frente con una sonrisa iluminando sus caritas, sólo con un abrazo, con una caricia, o una piruleta y un paseo por el Campo Grande son inmensamente felices. Ellos sí saben vivir, cuánto se aprende a su lado, qué poco le piden a la vida y lo mucho que dan.

Por todo aquello vivido, por el hoy, y lo que queda por vivir sólo puedo dar las gracias.

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